París – Valencia

Texto para el catálogo de la exposición «Le Nouveau Design en France d’influence Decó», comisariada por Tactelgraphics, MuVIM, Valencia, 2012.

Sorry, no English translation.

 

No hay concepto más ambiguo, controvertido y polivalente que el de modernidad. Con significados completamente distintos según hablemos de ciencia, filosofía, economía, arquitectura, arte, literatura o diseño, se ha usado para definir periodos históricos tan distintos y corrientes artísticas y de pensamiento tan diversas, que ha acabado arrinconado –y desprestigiado– en favor de apelativos más neutros como contemporáneo y desmantelado por otros tantos postmodernismos igualmente dispares. El ser humano lleva varios siglos intentando ser moderno: existe una tradición de modernidad. Cada uno de estos impulsos históricos ha elegido una época pretérita como fuente de inspiración (el mundo clásico para los renacentistas, el renacimiento para los ilustrados, la edad media para los románticos), y cada uno de estos movimientos, tras dar más o menos frutos, ha sido cuestionado y enterrado por la eterna tradición conservadora. Le Corbusier dijo: “Ser moderno no es una moda, es un estado. Hace falta comprender la historia, y quien comprende la historia sabe encontrar la continuidad entre lo que fue, lo que es y lo que será”.(1)

En España, el término modernismo, en el ámbito artístico, ha sido asignado a la corriente estética de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que en otros países se conoce como Art Nouveau, Sezession, Jugendstil, Liberty, etc.. Así, lo que en inglés se conoce como Modernism, en español ha de denominarse Movimiento Moderno y se refiere al fenómeno que floreció entre los años 1914 y 1939, y que engloba diversas vanguardias, estilos e ideologías. Moderno no sólo es el racionalismo radical, el Ornamento y delito de Adolf Loos y el Estilo Internacional: también el Art Déco, el constructivismo ruso, el futurismo o la Bauhaus. De hecho, lo que ahora conocemos como Art Déco surge por iniciativa de un grupo de artistas franceses que se autodenominaban modernos y que en 1925 organizan la Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes en París. El término Art Déco no se acuña hasta 1966 en base a una exposición celebrada en el Musée des Arts Décoratifs de Paris, para conmemorar aquel momento fundacional. Como estilo, a su vez, «el Art Déco agrupa varias tendencias diversas Desde el Bon Gout de la Compagnies des Arts Francais, pasando por el Espirit Nouveau de Le Corbusier, hasta llegar al Stream-Line Camp de Chicago. Tan Art Déco han acabado siendo el hechizo coreográfico del ballet ruso de Diagilev de principios de los años veinte, como la fascinación constructivista del cubismo de finales de siglo o la exaltación arcaizante de los años treinta. Doctrinas estéticas que se confrontaron con fervor casi religioso, se ven ahora condenadas desaprensivamente a compartir un mismo rasero».(2)

¿Qué sentido tiene, entonces, hablar de nuevo diseño de inspiración Art Déco? ¿cómo se puede ser moderno inspirándose en el pasado? Quizá la clave nos la da Walter Benjamin, cuando dice: «Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia».(3) Dicho de otro modo: a veces, para dar un gran salto, es necesario retroceder un paso. Pues bien, en un momento en el que los políticos conservadores se autodenominan reformistas, aquellos que se consideren vanguardistas bien podrían volver sus ojos a cierto pasado. La modernidad está vinculada al espíritu de la ilustración, al abandono de la religión frente a la ciencia, a los ideales de justicia, igualdad y libertad. No parece que en el momento actual estemos en disposición de considerar cumplidos esos objetivos. ¿por qué considerar superado el espíritu moderno si estamos tan lejos de lograr que en el mundo impere la razón frente a la superstición, la libertad frente a la opresión, la igualdad y la justicia frente a la discriminación y el atropello de los derechos humanos?

Jürgen Habermas, en su discurso La modernidad, un proyecto incompleto, razona sobre la posibilidad de que la reflexión postmoderna en el arte devenga en antimodernidad y neoconservadurismo. En él deja claro que «La idea de modernidad está íntimamente ligada al desarrollo del arte europeo, pero lo que llamo el “proyecto de la modernidad” sólo se pone a foco cuando se prescinde de la habitual focalización sobre el arte.» (4) Respecto al envejecimiento de la modernidad estética en la década de los 70, se pregunta: «¿cuál es el significado de este fracaso? ¿Señala una despedida a la modernidad? ¿La existencia de la posvanguardia marca una transición hacia ese fenómeno más amplio denominado posmodernidad?» (5) para concluir finalmente «Me parece que, en lugar de abandonar el proyecto de la modernidad como una causa perdida, deberíamos aprender de los errores de aquellos programas extravagantes que trataron de negar la modernidad.» (6)

La ciudad de Valencia sabe mucho acerca de los afanes de la modernidad, sus ilusiones y fracasos, sus aciertos y contradicciones. Ahí están las cicatrices de los intentos de modernización del casco antiguo como la avenida del Oeste, y el recuerdo de los que nunca llegaron a realizarse, como la prolongación de la calle de la Paz. El gran proyecto del Paseo al Mar (hoy Blasco Ibáñez) y su anacrónica resurrección en pleno siglo XXI, amenazando un interesantísimo y singular ejemplo de arquitectura popular de influencia modernista, el barrio del Cabanyal. «A pesar de esto, la ciudad no permanece ajena a las transformaciones sociales que inciden en los modos de vida de una incipiente cultura de masas. Salubridad, consumo, ocio, culto al cuerpo y a la salud, se configuran como valores inexcusables de una sociedad en vías de renovación. Ejemplos paradigmáticos tenemos con la Piscina de las Arenas de Luis Gutiérrez Soto, los cines Capitol (1930-31) y Rialto (1935-39) de Joaquín Rieta y Cayetano Borso, respectivamente; el Frontón Valenciano (1932) de Javier Goerlich, o los proyectos no realizados de Teatro y Hotel Principal y la Plaza de Toros (1933) de Luis Albert.» (7)

Pero sobre todo, Valencia es una ciudad gráficamente moderna. Si bien el movimiento moderno no produjo transformaciones urbanas y funcionales completas, y la presencia de los estilos modernos en arquitectura es más bien superficial (8), la pintura, el cartelismo, la publicidad y el rotulismo comercial de los años 20 y 30 lograron proyectar sobre el espacio público un estilo visual claramente moderno, que se prolonga en las décadas posteriores y es asumido casi como una seña propia de identidad. La aparición de una activa industria litográfica en Valencia a principios de siglo fue acompañada del florecimiento del cartelismo publicitario, con una larga lista de prestigiosos autores valencianos entre los que destacan Josep Renau o Arturo Ballester, y en el que predominan influencias modernistas y más tarde Art Déco. La proclamación de la II República en 1931 generó en nuestra ciudad una efervescencia cultural que abrió los ojos a las vanguardias europeas y al constructivismo ruso, pero es el estallido bélico de 1936 el que provoca un considerable vuelco de los artistas hacia la defensa de la legalidad republicana, dando origen a una enorme producción gráfica de estilo inequívocamente moderno que invade las calles. Los rótulos de cines, teatros, edificios públicos y comercios siguen también esa tendencia, como aún podemos comprobar en los cines Metropol, Jerusalem, Rialto, y Capitol, o en tres refugios antiaéreos que sobreviven en el centro de la ciudad. El desierto cultural que supone la posguerra y la dictadura franquista facilita que todas estas formas gestadas entre guerras prolonguen su vigencia y hegemonía durante las siguientes décadas. Todavía hoy, por tanto, podemos disfrutar de este paisaje gráfico moderno al pasear por Valencia, y sentir esa «nostalgia de futuro» que evocaba Josep Renau. Quizá por ello es especialmente oportuno volver hoy la mirada a Paris, acreditado foco de modernidad, desde esta ciudad que se siente moderna, aunque necesitada de nuevas utopías.

En los creadores seleccionados para esta muestra (Ill Studio, Jules Julien, Laurent Fétis, Leslie David, So Me) se revela una irrenunciable voluntad de novedad, de rebelión, de ruptura y de libertad. Una ruptura no entendida como abandono de toda referencia estética anterior, como pudo suceder con algunas vanguardias de principios del siglo XX, pero tampoco entregada al pastiche y a la referencia irónica que caracterizó el postmodernismo. La facilidad con la que hoy, a través de internet, podemos acceder a millones de imágenes de todo tipo amplía la posible paleta de referencias –e influencias– de forma exponencial respecto a los diseñadores de hace apenas 15 años. En este flujo de referencias visuales tiene también un papel importantísimo la gráfica de la música pop: las revistas, las portadas de discos, los carteles y los flyers relacionados con los clubs y los artistas pop desde los años 70 hasta hoy. Ese territorio gráfico es a su vez muy activo en la recuperación e interpretación de estilos anteriores, como sucede con el Art Nouveau en los 70 o el mismo Art Déco en su revisión postmoderna durante los 80. Como dice Raquel Pelta, al preguntarse en 2004 sobre la nueva generación de diseñadores, «Como toda generación, es crítica con sus padres y admira a sus abuelos. Por eso no es extraño que recupere los recursos que despreciaron sus progenitores.» (9)

Un caso interesante en la gestión de este flujo de influencias en el diseño gráfico lo encontramos en la Moodcyclopedia, una publicación autoeditada por Ill-Studio en la que Léonard Vernhet y Thomas Subreville se molestan en recopilar, documentar y acreditar todo un catálogo de referencias gráficas que, de una forma u otra, han inspirado su trabajo en los años anteriores a 2011. Como indica Yorgo Touplas en la introducción, «A veces ni siquiera se permite al cliente ver las imágenes de inspiración, a menudo para evitar acusaciones de plagio, o para fingir un grado de creatividad mayor que el que se posee» (10). Esta aproximación, además de valiente, parece muy diferente de la nostalgia historicista de movimientos anteriores, o de la parodia postmoderna. Creo ver en esta actitud transparente y sincera un espíritu neomoderno que busca la innovación en una relación libre con el pasado y el presente. Es evidente que, a su vez, los trabajos seleccionados en esta muestra empiezan a ser influencia y materia de inspiración para otros muchos diseñadores contemporáneos. Confío en que esta exposición sea un paso más hacia ese futuro que tanto hemos imaginado.

 


(1) Citado por Baines, Phil, “Modernity and tradition”, Eye, nº7, 1992, págs. 4-6.
(2) Maenz, Paul, Art Déco: 1920-1940. Barcelona, Gustavo Gili, 1974, colecc. Comunicación Visual., págs. 10-11.
(3) Benjamín, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Contrahistorias, México, 2005, edición de Bolívar Echeverría.
(4) Habermas, Jürgen, “La modernidad, un proyecto incompleto”, La posmodernidad, Barcelona, Kairos, 1998, Edición a cargo de Hal Foster, pág. 27.
(5) Op. cit., pág. 23.
(6) Op. cit., pág 32.
(7) Torres Cueco, Jorge, “Imágenes de lo moderno”, Historia de la ciudad. Recorrido histórico por la arquitectura y el urbanismo de la ciudad de Valencia, Valencia, Colegio Oficial de Arquitectos de la Comunidad Valenciana, 2000, p. 221.
(8) Véase Llorens, Tomás, “Carta”, La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia 1. Valencia, Institut Valencià d’Art Modern, 1998, págs. 31-32.
(9) Pelta, Raquel, Diseñar hoy, Barcelona, Paidos, 2004, pág. 191.
(10) Touplas, Yorgo, “Foreword”, Moodcyclopedia, Paris, Ill-Studio, 2011, pág. 5.