La identidad corporativa

Artículo para la revista Tecnea. 2006.

Sorry, no English translation.

 

Ser o no ser

La historia del origen del mundo según el evangelio de San Juan comienza con una críptica frase: en el principio fue el verbo. En el Génesis judeocristiano, la creación del universo se produce siempre a través de la palabra: las cosas van existiendo conforme se las va nombrando. Esta práctica no es exclusiva de Dios sino que la propia criatura humana se une a esta labor y va dando nombre a todos los animales, con lo que progresivamente se van separando las tinieblas (caos) de la luz. Parece ser que todo empezó a base de nombrar lo que nos rodea y que seguimos conservando esta costumbre cuando ponemos nombre a los recién nacidos. Se diría que lo que no se nombra, no existe.

¿Pero esto no iba sobre logotipos?

No. La identidad corporativa va sobre crear y cambiar empresas, sobre convertir caos en orden, sobre ayudar a hacer realidad los proyectos. Y sobre logotipos también. La actividad empresarial se inscribe en la frenética pulsión del ser humano por crear cosas nuevas, cambiar la realidad que nos rodea y convertir el plomo en oro. Los emprendedores son personas que inventan nuevas realidades llamadas empresas, y las construyen según su visión. Los directivos y gestores de empresas ya existentes vuelcan su talento en desarrollar nuevos productos, poner en marcha servicios novedosos o reinventar toda la organización si ello es necesario. Y estas empresas, proyectos, productos, servicios, etc. necesitan una identidad propia para existir, para diferenciarse del caos, para presentarse ante el mundo.

identidad.

(Del b. lat. identĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de idéntico. 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

¿A qué aplicamos la identidad?

Cuando decimos «identidad corporativa» nos referimos a la identidad de las empresas, aunque por extensión solemos incluir bajo esta expresión a todo tipo de organizaciones o instituciones. En estos casos sería mejor hablar de «identidad institucional». Pero eso no es todo: muchas veces necesitamos dotar de identidad a las propias actividades de la empresa y sus resultados, por lo que hablamos de «identidad de producto», «identidad de servicio» o incluso «identidad de evento», etc.

Una palabra vale más que mil imágenes

La identidad de una empresa o producto se articula en diversos planos superpuestos, el más básico de los cuales es el verbal. Como ya hemos comentado al principio, las cosas comienzan a existir cuando las nombramos. Una cosa debe tener un nombre y no muchos. Si somos responsables de sacar adelante un proyecto empresarial – o de otro tipo- pronto descubriremos lo importante que es disponer de un buen nombre. El nombre es el primer rasgo de identidad que otorgamos y de lo adecuado que sea depende en buena medida nuestro éxito. Por último, es casi imposible forjar una identidad sobre un nombre inexistente.

Repetimos

Toda estrategia para construir una identidad se basa en la misma idea: la unicidad y la repetición. Del mismo modo que tenemos un nombre y no varios, debemos hacer las cosas de una sola manera y siempre igual. Y no, no es aburrido. Es práctico. Buscamos una forma fija de escribir nuestro nombre, unos colores siempre iguales, una disposición similar, un comportamiento constante. Por supuesto que podemos introducir variaciones, pero son los elementos comunes y constantes los que generan identidad.

Ya, pero ¿y mi logotipo?

Sólo después de las palabras cobra protagonismo el sentido de la vista. Etimológicamente, «logotipo» significaría algo así como la forma en que escribes tu nombre. Lo que le pedimos al logotipo, como al resto de los componentes de la identidad, es que nos diferencie del resto del mundo. Pero también queremos que transmita información acerca de quiénes somos, cómo somos y cuáles son nuestros valores, aunque sea de forma subjetiva y abierta a interpretaciones. En el océano de identidades que nos rodea, ser diferente es realmente difícil, y por eso echamos mano de todos los medios para lograr distanciarnos. Algunos elementos a utilizar son:

  • imagotipo: así es como llamamos al «dibujito», ese elemento gráfico no verbal que suele complementar al logotipo y que suele acaparar tanta energía emocional.
  • cromatismo: los colores ayudan a distinguir las cosas, y «apropiarse» de un color es una buena idea.
  • tipografía: el tipo de letra que se utiliza tiene un gran potencial expresivo y contribuye mucho a crear una «voz» distintiva.
  • otros textos: la presencia de un lema o una frase descriptiva es muy útil para concretar aspectos que el nombre o el grafismo no llega a expresar completamente.
  • elementos no visuales: la identidad alcanza su máxima expresión cuando trasciende a todas las manifestaciones de la empresa o del producto, configurando un «estilo» coherente, unificado, constante e inconfundible.

¡No intenten hacer esto en sus casas!

Echar en saco roto todo lo que he contado hasta ahora, y pedirle a un amigo que dibuja bien que le haga un logotipo, no arruinará su negocio (eso espero) pero le hará perder una oportunidad de potenciar su estrategia y mejorar sus resultados, sean los que sean. Del mismo modo que su empresa hace valer su profesionalidad frente a clientes y competidores, acepte que también en diseño y comunicación hay profesionales que pueden ayudarle a hacer las cosas bien. No busque atajos, le harán perder tiempo y dinero. Busque un estudio de diseño cuya capacidad sea proporcional a la dimensión de su proyecto, y confíe en él.

Conclusión

Si está implicado en la creación, transformación o crecimiento de una empresa. Si está abordando nuevas áreas o modelos de negocio. Si está lanzando nuevos productos o servicios, o no acierta a comunicar adecuadamente los que ya tiene. En resumen, si tiene entre manos un proyecto que desea convertir en un éxito, considere el diseño de identidad como una herramienta estratégica a su alcance, ya que el coste es muy bajo en proporción al poder catalizador y de visualización o materialización de ideas que obtendrá a cambio.